Tercer capítulo y final de «se busca nombre» (N°454)

Capítulo III: Al encuentro del novio.
Lucy, cuando vió que el auto del padre Gustavo tomaba la curva de entrada al pueblo, giró sobre sus talones emprendiendo el regreso a la ciudad.
Su cara mostraba un cierto dejo de satisfacción… Era consiente que le había sembrado una infinidad de dudas al padrecito. Experta, se decía a sí misma. Nadie la conocía como verdaderamente era. Ni ella misma lo sabía. Tenía gran cantidad de períodos en blanco. Recordaba vagamente que los primeros síntomas los comenzó a padecer, a partir de haber sufrido el desamor. Pero poco le importaba ya a esa altura.
Apuró un tanto el paso. Era casi el mediodía. El encuentro lo habían programado para la una. Se veía llegando tarde a la cita.
El caminar bajo el sol, la baño en sudor. Fue a la terminal de ómnibus. En el baño se higienizó un poco. Tomó el desodorante de la valija. Se cambió de remera. La que se sacó, la guardó junto a la camisa manchada en una bolsa. Se colocó un collar de dos vueltas al cuello, con sugestivas perlas negras. Se miró de reojo al espejo. Se sentía vestida para matar. Irresistible.
— ¡Buen día! Sería tan amable de indicarme ¿Dónde queda el bar “Los amantes”? —Preguntó al kiosquero
— ¡Buen día! Sí cómo no. Siga dos cuadras más abajo y gire a la derecha, hasta el 666 sobre la avenida principal. Allí lo encontrará. —“¿El número será una premonición, o tan solo casualidad?” pensó.
— Gracias…. tenga un buen día.
Entró al bar. Se quitó las gafas. Miró hacia ambos lados, tratando de fijar la vista. Aún estaba un tanto encandilada por el resplandor de afuera y no distinguía bien las caras.
Simón, desde una mesa del fondo, alzó la mano para que lo ubicara. Ella se acercó como si levitara sobre el suelo. Sus caderas, marcaban acompasadas el ritmo de sus pasos. Miró sus sandalias, y observó que no se las había limpiado.
— ¡Hola Simón! ¡Al fin nos llegó el ansiado día! ¡Ya no aguantaba más! Te extrañaba. —Le dijo mientras acercaba sus labios rojos a su boca, para fundirse en un escandaloso beso.
— ¡Hola Laura! ¿Cómo estás mí amor? ¡Por fin nuestro sueño se hace realidad! ¡Hace tiempo que venimos esperando este momento! ¿Qué tal estuvo el viaje?
— Un tanto agitado para mí gusto. Pero acá estoy. Deseosa de compartir mi vida con vos.
— Yo también. —Acotó Simón— La espera se ha hecho tan larga…
— Que precioso lugar. Me encantan los bares a media luz. Uno debe forzar más la vista para ver qué expresan los ojos. Además si cuentan con música suave, vos sabés… Nada mejor que un buen trago, música y la persona que amás a tu lado. —Dijo acariciándole sutilmente la mano y estirando las piernas.
Simón tomó su mano, la acarició recordando viejos tiempos y observó las sandalias un tanto sucias, pero no le dió mucha importancia. Su mente estaba en otro lado.
— ¿Hace mucho que existe este bar? —Preguntó Laura
— No sé, recordá que hace apenas año y medio que vivo acá.
— Qué buen gusto tuvo el que lo decoró. No omitió detalle alguno. Desde los colores, la iluminación, la música, la vajilla, la distribución de las mesas, la mantelería, el tapizado de las sillas, el respaldo, con dos corazones tallados y encadenados entre sí, haciendo fiel alusión al nombre del lugar. Además por lo visto su ubicación no podía ser mejor. En plena avenida. Seguramente los fines de semana, no darán abasto.
— Mozo, una cerveza bien fría por favor. —Ordenó Simón, mientras gesticulaba con la mano en alto.
— Laura ¿Querés pedir algo para almorzar? —Sugirió en tono dulce.
— Puede ser. Pero algo liviano. No tan pesado. Hace demasiado calor. Esta mañana a falta de tortas fritas, devoré una exquisita cremona.
— Yo voy a pedir un lomito al plato con ensalada mixta. —Replicó Simón, volviendo al tema.
— ¡Excelente idea! Quiero lo mismo y podríamos agregarle unas fritas. Me gusta bien jugoso. Que chorree sangre, de ser posible…
— Compartimos los mismos gustos. A mí si está a punto ya me cuesta un poco digerirlo. Desde chico, me decía mi madre que era un tanto sanguinario. Por la forma en que comía la carne, por supuesto, ja,ja,ja. —Se rió mostrando su dentadura perfecta y su mirada se iluminaba buscando los ojos de Laura.
— Te ves más bello en persona que por chat. —Dijo Laura en forma gentil— Ya te extrañaba.
— Vos también te ves mucho más bonita… Esos hermosos ojos verdes, siempre fueron mi debilidad. Y convengamos que lucís espléndidamente esa remera. Rellenas perfectamente cada uno de sus centímetros. Y ese lunar, cuantas noches me quitó el sueño, ja,ja.
La música suave se interrumpió con el llamado a la comunidad.
— ¿Escuchaste Simón? Hace todo el día que lo están pasando. Vaya a saber que pasó. Son varias según dicen. Hoy día no sabes quién es quién. Para colmo no se ha encontrado ningún rastro. Anda a saber por dónde andarán.
— Verdad. —Asintió Simón— Por cierto no es nuestro caso…
La tarde transcurrió, entre risas, mimos, anécdotas, miradas, caricias y algún que otro beso.
Comenzaba a oscurecer, cuando Simón le sugirió deslizando suavemente su mano por la espalda hasta llegar a la cintura:
— ¿Si vamos a mi casa? Estaremos más tranquilos. Podremos relajarnos. Además se está levantando una tormenta fuerte parece. Tendríamos que apurarnos. Pedimos una pizza para llevarnos. ¿Te parece?
— Sí, buena idea. Me parece genial, estoy bastante cansada. Y tengo ganas de cenar pizza. ¿Pedís también un remis?
— Dale. —Se acercó a la barra, solicitó al cantinero una pizza y si podía hacerle el favor, de pedirle un remis.
— No hay problema. —Contestó— ¿Vos no estuviste acá hace unos días atrás con otra chica? No sé, te veo cara conocida. Tal vez esté confundido. Me parece haberte visto varias veces, pero con diferentes jovencitas. —Dijo, mientras acompañaba la pregunta, frunciendo los hombros hacia arriba.
— No, no… -Contestó entre sorprendido y confundido. —Nunca he venido.
Cuando estuvo la pizza, cargaron las pertenencias y se retiraron. Al subir al auto, ya comenzaba a gotear.
— Se va a venir fuerte. —Comentó el chofer, mirando el cielo como intentando romper el hielo— Hace falta bastante agua. Los maíces están justo floreciendo. Ojalá no sea como la última vez. Vino con piedras y viento violento. Tumbó varios árboles. Hasta animales murieron por el tamaño de las piedras. Espero no corten la luz. Aunque a decir verdad caen dos gotas y ya la cortan.
Un rayo cruzó el oscuro cielo y el estruendo recorrió todo el auto. Para esa altura, a Laura, la alergia, la había atacado con una rinitis, culpa del brusco cambio climático. Se aferró fuerte a la mano de Simón. Las tormentas eléctricas la paralizaban. Apoyó la cabeza en su hombro. Cerró los ojos y se dejó llevar…
La vivienda estaba ubicada en las afueras de la ciudad. A la vera de la ruta 15 que va a Los Maizales. Prácticamente en el mismo lugar donde se había bajado, por no decir tirado, del auto del padre Gustavo, por la mañana. Sólo que en la banquina de enfrente. De sólo recordarlo un frío le corrió por la espalda.
El chofer los llevó hasta la puerta misma de la casa. Los pastizales alrededor de la vivienda no permitían verla desde la ruta. Una frondosa arboleda de álamos, hacía de guía y centinela hacia ella. Estaba a unos sesenta metros bajando de la ruta. Era un camino de ripio firme, aunque a esa altura presentaba ya algún que otro charco. Se podían ver sobre el mismo algunas ramas quebradas de los álamos. Un fuerte rayo iluminó la noche. Laura pudo divisar arriba del techo, mientras bajaban del coche para entrar, una serie de enormes antenas, fuera de lo común.
Mientras Simón intentaba abrir la puerta le consultó:
— ¿Qué son todas esas antenas sobre el techo?
— El dueño que me alquila es radioaficionado. Dijo de llevarlas, pero ya hace dieciocho meses que me dice lo mismo. Lo peor es que son tantas y tan pesadas, que están dañando toda la estructura de la casa. —Comentó abriendo la puerta y encendiendo la luz. Un extraño olor nauseabundo invadía el lugar. Simón, se apuró a echar de un aerosol que tenía a mano, una buena dosis de desodorante de ambientes.
— No te hagas problemas por mí. —Afirmó Laura— La alergia no me permite sentir nada. Siempre me pasa lo mismo, el más mínimo cambio de clima ya me afecta. Y así como viene de buenas a primeras se va.
El lugar era un tanto lúgubre. Y la escasa luz lo hacía aún más. Laura miró el techo y efectivamente presentaba varias grietas. En algún que otro lugar era como si el revoque hubiese estallado. La sala de estar, estaba formada por cuatro sillones de madera macizos, parapetados sobre una gruesa alfombra que cubría gran parte de la sala. Una estufa a leña empotrada, mostraba aún los vestigios de haber sido usada hacía poco. El atizador se encontraba caído al costado de la misma. Una araña de madera, en el medio de la habitación, con cuatro farolas poseía un solo foco encendido. Pendía con una gruesa cadena, de las vigas de pino que sostenían el techo. Los ventanales, estaban cubiertos por pesadas cortinas, que a su entender, no sólo eran viejas, sino que hacía rato no se lavaban. Enormes postigones de madera, protegían los vidrios del exterior. Las telarañas en sus bisagras, denotaban que llevaban mucho tiempo sin ser abiertos, como así también limpiados. La habitación principal, se hallaba ubicada a la derecha, pudo ver, una cama matrimonial encallada entre dos mesitas de luz y sobre ellas dos viejos floreros, con flores secas. Al fondo se podía ver una mesa con dos sillas, un anafe, una heladera pequeña, una mesada de mármol con bacha, cuchillos encima y una alacena de cuatro puertas arriba.
Buscó un chicle en su cartera. Sintió caer algo debajo del sillón. Tocó la cartera y le faltaba la tijera. Se agachó a buscarla tanteando con la palma de su mano y encontró solo un lápiz labial. Al intentar levantarse, el collar de perlas se le quedó enganchado en el posabrazos del macizo sillón. Rompiéndose y esparciendo las perlas, como cientos de bolitas por toda la habitación.
— No importa, era de poco valor. Mañana las recojo. Ahora estoy exhausta.—Comentó a Simón mientras se dirigía a la habitación-
Miró el lápiz… y era el suyo. “¿Y la tijera?” se preguntó. Recordó que al bajar del automóvil del padre Gustavo, la cartera había quedado enganchada. Casi se arrancó el cuello. Se sintió un tanto desprotegida.
La tormenta eléctrica era cada vez más intensa. La lluvia era torrencial. Se recostó en la cama. Se quitó las sandalias. Escuchó a Simón entrar al baño. Cepillarse los dientes. Apagar la luz de la sala de estar. Entró a la habitación. Algo llevaba en la mano. No pudo divisar que era.
— Cariño, me traés un vaso de agua fresca, antes de acostarte. Siempre tomo un vaso antes de dormir.
Simón giró sobre sus talones, dirigiéndose hacia la cocina con las luces apagadas.
Un grito seguido de un golpe seco, sacudió a Laura en la cama. Sacándola de su letargo.
— ¿Pasó algo Simón?—No tuvo repuesta— ¡Simón! por favor… ¿Decime qué pasó?—Volvió a inquirir.
Un fuerte rayo la expulsó de la cama. Corrió descalza desesperada hacia la cocina. Se llevó por delante el cuerpo de Simón que yacía en el suelo. Prendió la luz. Se volvió a mirarlo y divisó un hilo de sangre, saliendo de su cabeza. Tocó su pulso. ¡Estaba muerto! En su mano derecha, blandía un puñal.
El susto le hizo pasar la alergia. El olor era verdaderamente desagradable. Recogió desesperada sus pertenencias. Corrió, aterrorizada, bajo la lluvia hasta la ruta. El acceso a esa altura era un barrial. Las ramas caídas arañaban sus piernas. Y correr con las sandalias se le hizo un tanto difícil Otro rayo, seguido de un tremendo ruido y temblor, cayó sobre las antenas y una estrepitosa explosión seguida de una bola de fuego, ruido a derrumbe y humo se elevó al cielo.
Fuera ya de sus cabales, presa del pánico, empapada, embarrada y aturdida, vió a la distancia, las luces de un automóvil venir hacia ella. Desesperada se paró en medio de la cinta asfáltica con las manos en alto, para que se detuviera. Escuchaba las sirenas de los bomberos acercarse cada vez más. El auto se detuvo. Ella abrió con rapidez la puerta. Se zambulló dentro, tirando el maletín al piso. Cerró la puerta, alzó la vista y miró al conductor…

Capítulo IV: El reencuentro con el “ Padre Gustavo”

— ¡Claudia! ¿Otra vez vos? ¿Qué haces en este estado? ¿Qué te sucedió?
— ¡Rápido!… Rápido… ¡Arrancá! En el trayecto te explico. —Dijo con la voz entrecortada y en grave estado de pavura.
Al arrancar el auto, ella pudo ver por su espejo retrovisor, las luces de la autobomba arribando al lugar.
— ¿Me podés decir que hacías, a esta hora, bajo la lluvia, parada sobre la cinta asfáltica? ¿Estás loca? No te lleve por delante, porque gracias a un rayo pude divisar tu silueta.
Ella permanecía callada. A punto de entrar en shock. ¡Si ya no lo estaba! Las manos le temblaban… A decir verdad todo su cuerpo temblaba. Una razón, era el estado de nervios en que se encontraba. La otra, que estaba empapada y con muchísimo frío.
Gustavo, subió la calefacción y el volumen de la radio, mientras de reojo la miraba. No se veía casi nada de la ruta. El tráfico a esa altura, era escaso por no decir nulo. Le habían dicho que tuviese cuidado, porque sabía haber animales sueltos de noche. En los huellones sobre la carpeta asfáltica, provocados por el exceso de peso de los camiones, se acumula gran cantidad de agua, que origina el famoso aquaplaning del vehículo. Además, el solo hecho de estar mojada, ya la hacía bastante resbaladiza. La lluvia era torrencial. El cielo se iluminaba como nunca. Ni que el mismísimo demonio se estuviese encargando.
— ¡Qué tormenta! —Volvió a comentar Gustavo, tratando de entablar el diálogo. Pero ella permanecía muda— No se ve casi nada, si pisas la banquina y te vas entre los pastizales, te encuentran al día siguiente con mucha suerte.
Habían pasado unos veinte minutos de viaje, cuando escucharon decir en la radio:
— Informativo de último momento: “En una vivienda, ubicada a la vera de la ruta 15 que va hacia Los Maizales, un rayo destruyó por completo una propiedad”. “Se desconoce hasta el momento, si hay víctimas fatales. El cuerpo de bomberos, ya se encuentra en el lugar trabajando. Ampliaremos”
— ¿Ese es el lugar donde estabas vos? —Interpeló Gustavo, mirándola a los ojos, que ya no se ocultaban con gafas oscuras— ¡Con razón estás, en este estado! —Sentenció.
— ¡Sí! —Respondió ella con la voz un tanto entrecortada. Al tiempo que deslizaba su mano derecha bajo el asiento, buscando la tijera— ¡Sí! Ahí me encontraba cuando sucedió todo. —Hizo una pausa, intentando hallar una explicación a lo sucedido… Tocó la tijera. La agarró. Y sutilmente, deslizando la mano pegada contra el muslo. La levantó sin que se viera y la colocó dentro de la cartera.
— ¿Pero qué pasó? —Replicó Gustavo un tanto enérgico y ansioso, a esa altura.
Ella introdujo la mano en su cartera. Aferró fuertemente el mango de la tijera. Al tiempo que le dijo:
— Estábamos con mi novio ahí. Me fui a recostar, mientras él iba al baño. Cuando entró a la habitación, le pedí hiciera el favor de alcanzarme un vaso de agua fresca. Yo siempre bebo agua por las noches. —Acotó— Fue a la cocina. Escuché un grito, seguido de un golpe seco. Lo llamé una vez, dos y no respondió. Un trueno me hizo saltar de la cama. A oscuras corrí a hacia la cocina. Me lo llevé por delante. Estaba tirado en el suelo boca arriba. Inmóvil. Prendí la luz y vi un hilo de sangre emanar de su nuca. Le tomé el pulso. Estaba ¡Muerto!, ¡Muerto! ¿Me entendés? En su mano tenía un puñal. No sé de donde salió. Eché a correr y de ahí en más, no recuerdo bien que pasó… Apareciste tú. —Quedó callada y la radio comenzó a decir.
— “Ampliamos la información. Macabro hallazgo en vivienda ubicaba en las afueras de la ciudad. A la vera de la ruta 15. En una vivienda que fuera destruida por un rayo. Fueron hallados en el sótano, cuya entrada estaba disimulada por una gruesa alfombra, ocho cadáveres, de mujeres, con partes de su cuerpo parcialmente quemadas. Se presume, pertenecen a las jóvenes desaparecidas en el último año y medio. Están en total estado de descomposición. También, fue hallado el cuerpo de Simón Prat. Joven de 24 años. Con severos trastornos psiquiátricos. Fugado hace dos años, del hospital psiquiátrico para personas peligrosas. Ubicado al norte de nuestro país. En el lugar se encontró un puñal tirado, sería aparentemente el utilizado para asesinar a sus víctimas. Las causa de su deceso, hasta el momento, se supone fue ocasionada por un resbalón, al pisar una perla de collar. Seguiremos ampliando., cuando tengamos más información”.
— ¡Era un loco! —Dijo Gustavo girando la cabeza, para ver la expresión de Claudia— ¡Era un loco! ¿Cómo llegaste a involucrarte con él?
— Ya te dije hoy. Nos conocimos por chat. Pintó bien… ¿Qué tenía que perder?—Encogió los hombros.
— La vida Claudia. La vida. No te das cuenta que si no resbalaba con la perla, en este momento serías una más. —Y acarició, sus largos cabellos, con la mano.
Ella, sacó la mano de su cartera y continuó ya un tanto más calma, dialogando.
_—Sí… tenés razón. A veces me comporto como una adolescente. Mis padres vivían regañándome. Nunca fui muy normal. —Suspiró— Vos sabés. Intempestiva. Obsesiva. Fabuladora. Digo lo que siento. Amo a rabiar. Celosa. Me dejo llevar. Soñadora. En algunas ocasiones, he llegado a ser cruel. Hasta supieron decirme que alucino. Que estoy un poco chapita. —Hizo una pausa y se largó una carcajada que sobresaltó a Gustavo.
— ¿Pero por qué hoy de mañana, no me dijiste quién eras?—preguntó Gustavo.
Entre un ataque de rabia y llantos ella le contestó.
— Sabes Gustavo, cómo yo te amaba. Estaba perdidamente enamorada de vos y me cambiaste. Elegiste encerrarte en un seminario. Olvidarte de mí. Yo daba mi vida por vos. Hubiese hasta matado… Esperé que regreses. Ya se le va a pasar me dije. Pero vos… no solo no volviste. Te viniste a vivir a este pueblito de mala muerte. Me volví anoréxica. Intenté suicidarme dos veces. Estuve internada al norte del país. Deambulé sin rumbo todos estos años, buscando un por qué. ¿Qué no tenía yo, que lo preferías a Él antes que a mí? —Dijo, señalándole el crucifijo que pendía del espejo retrovisor— Y llegás ahora y me diecis, ¿Por qué esta mañana no te dije quién era? Te apareces en mi vida, como de la nada. Con una sonrisa, buscando auxiliarme. Yo no pedí que te detengas. Yo no pedí que me acercaras. ¡No te pedí nada! ¿Entendés? ¡Nada! Absolutamente nada. Me costó horrores olvidarte. Pasé del amor al odio. Te odio. Arruinaste mi vida. Y ahora, que comenzaba a recomponerla, me sucede esto. Es injusto. Sos injusto. –—Y rompió en llanto desconsolada. Apretando fuertemente la cartera, contra el pecho.-
La lluvia torrencial, el peligro de encontrarse con algún animal suelto, las luces de los pocos que venían, el vidrio empañado, la ruta, que en ese lugar no estaba delineada. Todo, absolutamente todo, impedía a Gustavo tener una buena visión. Varias veces durante el trayecto, mordió la banquina. La confesión de Claudia, lo dejó aturdido. No supo que contestarle. Prendió el desempañador. Respiró profundo, la miró, aún seguía sollozando con la cabeza a gachas y las manos en el pecho, como acurrucada.
— Perdoname Claudia. No sabía nada, no tenía idea de lo que te había sucedido. Al principio intenté comunicarme con vos, vía telefónica, pero siempre me decía fuera de servicio. Además creí que me apoyabas en esto. Sabía que me querías, pero pensé que era un amor de adolescentes. Debo reconocer hoy, que tampoco te olvide, que seguís formando parte de mis mejores recuerdos, pero… el sacerdocio es lo mío, definitivamente es lo mío. Yo también tuve momentos de zozobra. De dudas. De desolación. De angustia. De incertidumbre. Gracias a Dios los superé. Hoy soy feliz con lo que elegí. Sinceramente, no fue mi intención hacerte daño. Nunca lo haría. Sos más que una hermana para mí. Yo también doy mi vida por vos. Yo también te amé, a mi manera, pero te amé. —Hizo silencio y subió el volumen de la radio, mientras aminoraba la marcha, frenando suavemente. Las vías del tren se hallaban frente a él. Tres kilómetros más y llegarían a Los Maizales. Le pediría a Claudia, que se quede a dormir en una de las habitaciones que disponía la parroquia, para los que venían de afuera a hacerse atender en el hospital. La veía muy mal, además se debían una extensa charla.
— “Ampliamos la información. Según fuentes extra oficiales confiables, los fugados del hospital psiquiátrico, fueron cuatro. Simón Prat, Rubén Sosa, quien fuera recapturado a los dos meses, por el asesinato de una anciana en la vía pública, Lucy Martínez, fallecida en un accidente automovilístico, conducía un auto robado y Claudia Bleit, de quien aún se desconoce el paradero. Los cuatro, estaban internados, por ser de altísima peligrosidad.
Gustavo, no salía de su sombro, abrió los ojos giró su cabeza hacia Claudia, al mismo tiempo que detenía el auto, para cruzar las vías. Cuando sintió un fuerte puntazo en el cuello, seguido de otro en el pecho. El insoportable dolor lo hizo retorcerse e irse lentamente hacia la banquina. Mientras escuchaba el portazo del auto y a Claudia gritándole.
— Te odio… te dije que te odio. —Mientras su figura se perdía torpemente caminando por las vías. El auto se adentraba ya sin control en el espeso pajonal.
No fue hasta el día siguiente a la hora de la misa matutina, que notaron la falta del padre Gustavo. Para el mediodía, la preocupación era del pueblo entero. A la tarde, alrededor de las 16 horas, un camionero denunció en el puesto policial, a la vera de la ruta en Los Maizales, haber divisado desde su camión, en la banquina apenas pasando las vías, el techo de un gol blanco en medio del espeso pajonal
Al funeral del padre Gustavo, asistió todo el pueblo, vino muchísima gente, incluso de las poblaciones vecinas. Ex compañeros seminaristas, amigos y familiares de su pueblo natal. Todos estaban acongojados, con sus miradas erráticas. No podían salir del asombro. No entendían que había pasado. Todo el mundo lo amaba. Por qué tanto odio. Tanta crueldad. “¿Qué mal podía haber hecho para merecer semejante muerte?” Comentaban entre los miles de presentes. “Era tan bueno”… si hasta aquellos que se decían ateos asistieron al funeral. No faltaba nadie… hasta Elena estuvo presente con su larga cabellera negro azabache, que cubría gran parte de su rostro. Llevaba una cartera colgada al hombro, sandalias clásicas, pollera, camisa entallada, pañuelo al cuello y sus infaltables gafas oscuras.
Don Raúl y Doña Ana, se acercaron por curiosidad. Y le preguntaron entre sollozos
— ¿Lo conocías desde hace mucho al padrecito?
Giró su cabeza y mirándolos entre las gafas, inmutable, les respondió enfáticamente:
— ¡Sí!… Desde niña…—Suspiro profundamente y agregó—Locamente lo amé.
SerCan 04/09/2019

3 comentarios en “Tercer capítulo y final de «se busca nombre» (N°454)”

  1. Un relato muy interesante y con intriga hasta el final.
    Y me resulta muy atractivo ese castellano tan diferente del nuestro, hay algunas palabras que desconozco y otras que las supongo por el sentido de la frase… Me gusta.
    Un abrazo.

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